Universidad Nacional Taras Shevchenko |
Cada año nuestro periplo por Europa viene teniendo un destino y objetivo final: Ucrania.
No solamente porque éste es el país de mi esposa y en él vive su hijo mayor y un nieto, sino también porque con los años el autor de estas crónicas viajeras ha ido profundizando cada vez más en el alma y en las esencias ucranianas.
Mercado Besarabska, Kiev |
Si a ello se une que los amigos dejados en Ucrania son ya como nuestra familia, pues se trata de personas entrañables que esperan siempre con avidez nuestras noticias, y nos agasajan hasta el límite en cuanto llegamos, las razones para desear el viaje se incrementan cada año, ya que en cada ocasión vamos conociendo más y más gentes ucranianas o de origen ucraniano, que nos hacen justificar más aún nuestra vinculación al país del Dniéper y de los Cárpatos.
Opera de Kiev |
Este año 2011 no faltamos a la cita y encuentro con nuestros amigos de Ivano-Frankivsk, con los que casi resulta obligado el encuentro si viajamos por carretera, ya que una parada en el hotel de nuestro querido Yaroslav y un encuentro con él y con el entrañable Gennadiy, sirven para repasar acontecimientos y situación de Ucrania y en su caso pergeñar proyectos de colaboración entre gentes españolas y ucranianas, que en el pasado tan buenos frutos ofrecieron.
En Kiev, hay un grupo tan familiar para nosotros, de colegas de mi esposa, que es como preceptivo un encuentro en el chalet o dacha de la “líder”, la profesora Ludmila, quien con su esposo, el preclaro profesor Dmitriy, congregan en torno a ellos personas tan deliciosas en el trato como Iryna y su esposo Oleg, Tatiana y la doctora Elena.
Dacha tradicional ucraniana |
En esa reunión, que este año se alargó mucho más allá de la comida, porque pernoctamos en la dacha, se habló “de lo divino y de lo humano”, en un tono de afecto y sinceridad que echamos mucho de menos en España.
No menos deliciosa fue la comida a la que nos invitaron Iryna y su esposo en su remodelado restaurante “Orión”, que siempre se distinguió por la exquisitez de sus platos, y donde degustamos con gran placer una especie de tortas rellenas de Georgia (no recuerdo su nombre), pescado marinado, unas chuletas adobadas de cerdo con ratatouille y unos profiteroles de postre.
El vodka desde luego corrió de lo lindo, porque en esta ocasión contábamos con chófer y vehículo que nos recogió y devolvió a nuestro domicilio.
Tampoco podemos olvidar el encuentro con la joven mamá Tania, en el que nos acompañó Olga, su madre, siempre tan buena vecina, en el que nos alegramos mucho de conocer a la pequeña Milena, de pocos meses, que nos pareció una fotocopia de Hlev, su padre.
Dacha moderna |
Y el remate, poco antes de iniciar el viaje de regreso, fue la cena —también tradicional— en casa de la doctora Elena, en la que ésta y su hija Mariya (Masha, para nosotros) nos brindaron un delicioso rato de tertulia, a la que se incorporó la profesora Ludmila.
Encuentros que año a año resultan inolvidables y que son como el reclamo ineludible que nos fuerza a regresar siempre, aprovechando las vacaciones estivales.
A todo esto, los paseos por Kiev, la vista indirecta de sus monumentos, la percepción de su cada vez más palpitante vida, son el adobo preciso.
En la dacha de Ludmila y Dmitriy |
Pero este año, además tuvimos la suerte de un colofón inesperado, porque llegó a Ucrania, viajando desde Argentina, la entrañable doctora Cristina Serediak, de origen ucraniano, que habla la lengua de Ucrania como su propio español, y tan enraizada en las costumbres que es una autoridad mundial en los famosos huevos “escritos” ucranianos, los Pysanky, pues no solo se dedica a elaborarlos en su Argentina, sino que los divulga por todo el mundo, e inclusive tiene algunos expuestos en el Museo de los Pysanky de Kolomya, en los Cárpatos.
Con Cristina y Marta |
Pues bien, la entrañable Cristina nos dedicó un rato de su escaso tiempo de estancia en Kiev, y pudimos comer y charlar en el Restaurante Pervak (de estilo ucraniano de principios del sigloXX), y nos brindó la oportunidad de conocer a la jurista de origen ucraniano, Marta Farion, que había llegado desde Chicago, USA, muy vinculada a la Kiev Moguilanska Akademia, y presidenta de la fundación del mismo nombre en América, con quien una charla de poco más de media hora permitió entablar los lazos de empatía que nos han permitido mantener después nuestros contactos.
Contactos, encuentros, a más de 3.500 kms. de España, que nos reafirmaron en nuestro gozo de hallarnos en Ucrania, y en nuestra decisión de mantener mientras nos sea posible esas relaciones de auténtica amistad, que tanto nos enriquecen.
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